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El Gato Negro: Buenos Aires y el rito del té

La leyenda cuenta que el emperador chino Shen Nung decidió que en todo el imperio se hirviese el agua para consumo doméstico. Así fue que, en uno de esos procesos, unas ramas de plantas silvestres cayeron dentro…

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“Yes, that’s it! Said the Hatter with a sigh, it’s always tea time.”
Lewis Carroll – Alice in Wonderlan

La leyenda cuenta que el emperador chino Shen Nung decidió que en todo el imperio se hirviese el agua para consumo doméstico. Así fue que, en uno de esos procesos, unas ramas de plantas silvestres cayeron dentro del recipiente y el agua empezó a despedir un aroma agradable que invitaba a beberla. Ni el emperador ni sus sirvientes pudieron desoír el llamado y se inauguró una costumbre.
Si bien universalmente el té se asocia a Oriente, cuando nos lo imaginamos como ritual distendido y elegante fantaseamos con Inglaterra, con tazas de porcelana y con Alice corriendo tras el conejo. Entonces, el earl grey tea con su sabor y su perfume característico se vuelve un pensamiento recurrente.
¿Es posible reproducir la ceremonia del té en Buenos Aires? Claro que sí, la conjunción de lo moderno, lo clásico y lo cosmopolita hacen de la ciudad el escenario perfecto para que el té acontezca. Las posibilidades de su goce van desde la compra de una exclusiva tetera en Tealosophy, la cata profesional en el Club del Té, un curso para conocer los accesorios en el Pei Chen Tea Palace o la ruta de salones y restaurantes en los que se puede disfrutar una taza con amigos.

Fotos: Martín Yapur

La oferta de lugares para recorrer es variada. Si las señoras toman té en el Marriot y en el Alvear, un público más heterogéneo y turista es el que visita El Gato Negro, un súper clásico porteño en plena avenida Corrientes. Muchos entran seducidos por el aroma de las especies que llegan hasta la vereda y toman la decisión de quedarse al ver las enormes porciones de budín de los exhibidores.
El té especiado, bebido tras los minutos de estacionamiento reglamentario que marca el mozo, es shockeante y delicioso. El earl grey tiene un toque adicional de bergamota. Hay variedades con canela y manzana y la infaltable versión con dulce de leche. La oferta de blends es exquisita y no está nada mal considerar la idea de llevar una mezcla de té verde con jazmín, mandarina y naranja para un vibrante ice tea nocturno.
En los estantes, las latas de metal con gatos en el frente llegan hasta el techo. Las vitrinas vidriadas hablan de un Buenos Aires remoto en el que las especias, los tés y los adobos daban forma a una experiencia gourmet cotidiana. Nada fashion pero con la sofisticación de la simpleza.
En los laterales, las viejas teteras con el diseño azul de la campiña inglesa nos proponen sustraernos por un rato para soñar con aquel mundo que se detenía a la hora en que la Reina Victoria bebía su infusión. En tanto en este, el del Gato Negro, flota la atracción de los mix de recetas secretas pergeñadas por sus dueños que acechan al visitante desde un olor o un sabor.
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