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Festival Concrete Jams, día 1: el caluroso debut de Dead Meadow en la Argentina

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El lunes 10 de enero amaneció con una noticia que golpeó de manera profunda al mundo de la música. David Bowie, el camaleón que transitó diferentes décadas, géneros y escenas falleció tras 18 meses de luchar contra un cáncer que se había encargado de mantener en el más absoluto de los silencios. Su muerte, y la del líder de Motörhead Lemmy Kilmister en los últimos días del 2015, afectaron por igual a diversos públicos. Y por más que el festival Concrete Jams estaba bastante lejos del sonido de ambos artistas, era la música la que estaba de luto y sus oyentes los que debían tomar coraje para salir de congoja y prestar el oído en horas de tristeza.
El calor de Buenos Aires alcanzaba uno de sus picos más húmedos cuando, afuera de Uniclub, decenas de jóvenes con remeras negras compartían cerveza a la espera de que abran las puertas. Las charlas que se escuchaban giraban en torno de dos tópicos: el ocaso del Duque Blanco y el esperado primer show del trío estadounidense Dead Meadow en la Argentina. Un hecho que estaba a horas de concretarse y que generaba la máxima expectativa de la noche.
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Fotos: Christian Pettinicchio

Una vez adentro, y sin perder demasiado tiempo, el power trío de La Plata Güacho fue el encargado de una de las tareas más difíciles de la jornada: simular que el sol ya había caído -aunque el reloj indicaba que eran las 20:30, afuera seguía siendo de día- y dar comienzo a la primera edición del Concrete Jams (leé la crónica de la segunda jornada acá), un ambicioso festival de verano en una Buenos Aires que cada enero se transforma en una caja de pandora.
La banda de las Diagonales presentó varias canciones de su último disco, Vol. II (2014) -que recientemente fue editado en vinilo en Europa- y algunos de los temas de su primer álbum. Con la sobriedad que los caracteriza y la contundencia de sus riffs, sus cortes de batería y ese bajo Squier que aparece y desaparece en los momentos exactos, los jóvenes se ganaron el aplauso y la ovación en canciones como «A Nadie» y «El Frío Verdadero«. Y se bajaron del escenario para darle lugar a lo que, en un primer momento, había sido anunciado como «el show sorpresa«.
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Pasadas las 9 de la noche, el personal de seguridad del local abrió el telón para que comience al poderoso show de Poseidótica, una de las bandas instrumentales más importantes de la escena que, en esta ocasión, presentaba al guitarrista David Iapalucci como músico invitado. Con las debidas menciones a Bowie y Lemmy -y el demagógico pero necesario vitoreo del público- el cuarteto porteño que va por su 16° año de carrera repasó sus canciones históricas y tocó varias de su último álbum El Dilema del Origen (2015), que fue presentado el 22 de agosto pasado en La Trastienda.
El calor y la sorprendente convocatoria hicieron que el goce pase a un segundo plano y todo se vuelva cada vez más parecido a un desafío de supervivencia. Poseidótica proponía densos paisajes sonoros mientras que el club de Abasto se hacía cada vez más chico, pringoso e intransitable. Tanto que las escaleras de los laterales se convirtieron en la mejor opción para ver -y escuchar- el show. Y todavía faltaba el plato fuerte.

Dead Meadow: virtuosismo simple, baladas densas y un debut soñado

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El primer show en la Argentina del trío estadounidense Dead Meadow demostró que con las mismas herramientas y las mismas fórmulas, se pueden hacer las cosas de una manera muy diferente y autónoma.
De entrada, el oído advirtió un notable cambio sonoro. La guitarra de Jason Simon sonaba por debajo del poderoso bajo Rickenbacker de Steve Kille. Y por más de que al principio parecía un error, se trataba una decisión estética de la banda oriunda de Washington DC. Su show estaba preparado para ir de menor a mayor, comenzando con la lenta «I Love You Too» -¿quién se atrevería a romper el hielo con una canción así?- para ir subiendo la intensidad y llegar al final con la dosis más extrema.
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Las primeras miradas se las robó Mark Laughlin, el virtuoso baterista que por su extraña -extrañísima- forma de tocar, parecía estar sufriendo cada golpe, cada corte, cada platillo. A lo largo del show, Dead Meadow fue proyectando su propuesta, a medio camino entre el stoner más desértico y el tempo básico de los primeros temas de Black Sabbath.
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Una botella de cerveza Quilmes fue lo único que tomó el bajista Kille, que tuvo que esquivar a varios fanáticos que se subieron al escenario (uno hasta se mandó un streptease) en una noche a la que sobró moshSo good to be here«, balbuceó Simon con una sonrisa ante los obvios y necesarios cánticos que definen al «público argentino«. Su voz monocromática va perfecta con sus canciones y además sabe cómo defenderse en la guitarra aprovechando la versatilidad única que ofrece el modelo Telecaster. A la hora de los solos, combinó lo más alternativo de los ’90 con la psicodelia de los ’60 y el poder de los ’70.
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Sobre el final, el trío ejecutó «Sleepy Silver Door» y amagó a irse. Pero regresó un minuto más tarde para poner las cosas aún más densas con «Green Sky Green Lake» y dar la estocada final -luego de un gran sólo de batería- con «Tomorrow Never Knows». Debut soñado para los norteamericanos que se animaron a transpirar sobre el escenario, supieron montar un show, tomar las riendas del asunto y marcharse en el momento exacto. Ahora ya es necesario que vuelvan.

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